Memoria histórica es mucho más que eso...

martes, 15 de enero de 2013

EL TREPIDANTE FRUFRÚ DE LA NOCHE,

Ha ya para un lustro, concibo, brete arriba brete abajo, si la memoria no me traiciona y las cuentas no me fallan, que frecuento este garito. No sé porque a la gente formal – entre quienes, por supuesto, me incluyo – le gusta esta laya de antros lóbregos y cochambrosos con aspecto prostibulario, si lo que pretende es pasar de un modo u otro desapercibida. Será que la formalidad difiere de la malquerencia esto así, un apenas de nada: lo que una pulga y un piojo huelgan por el ojo del culo de la aguja. La verdad es que el cuchitril se las trae. La atmósfera, al menos, no pasa, que digamos, desapercibida a nadie de la parroquia; ni a ninguno de los Curiosos Espontáneos que por fortuna la descubren los deja en modo alguno indiferentes. Aquí las apariencias rezuman por doquier, el escaparate está siempre puesto ahí efectivamente a posta y las nenas lucen, se exhiben, tiran de sus mejores ademanes, postines y composturas con las que llamar la atención de los muchos ejecutivos que por aquí se dan el pego, también; figiendo, quizá, a la vez que son requeridos al teléfono “a intervalos más o menos regulares” – ésta última me la propinó el bueno, el tristemente malogrado Stieg Larsson –, cerrar este y el otro trato o negocio; cuya operación le va a reportar serios dividendos. ¡Ahí va! Y yo que me chupo el dedo. Y uno que se cayó de un guindo. Allá y cada quien con su filigrana, el chanchullo o trapicheo, así se la machaquen con una piedra. Y tanto. Pues, decía, en eso que mira uno en derredor y ve mucho cantamañana, mucho papanatismo a pata ancha, eso sí, pero poquísima, muy poca guita contante y sonante. Será por ello, a saber, que lo lleven mejor la lacra esta de la crisis nuestros vecinos del norte: porque son más dados a pagar con plástico que con dinero efectivo. Vaya a ser eso, quienquita, el porqué a tales notas se les note menos dicha cangrena; ¡helo ahí, no más, el cante que damos sin apenas querer, sin remilgos ni vaselina alguna! El caso es que aquí, a este bareto, venimos todos a lo mismo: a postimear por el módico precio – un auténtico chollo con los tiempos que corren – de un euro el Martini, uno cincuenta la clara, e ídem de ídem por un café o una caña a presión – cuya abuso genera depresión, eso por descontado –; aderezado el conjunto todo con un pequeño gran detalle: un apetitoso mixceláceo de pinchos varios, cortesía de la casa. Aunque haya quien, contra natura, de malagradecidos está el infierno lleno, ni los pruebe casi. Primero porque, cuando el ámbito está saturado y los clientes ocupan los altos encimeros redondos, el bar arracimado, se apretujan los unos contra los otros; contra las mesas bajas que bien pueden ser las más adecuadas para yantar, el vaho y la consiguiente escupitina del tumulto que efectivamente asperja los canapés, las bandejas con los pinchos allí expuestos y las placas destapadas – estilo compadre – que remiendan la contingencia y hace las veces de aparador, no a todo el mundo se le ocurriría ingerir el género sin antes habérselo pensado dos veces requetebién. Por cuya razón, sobre decirse, hay quienes declinan el tal sugerente ofrecimiento. Lógico, en gran medida. Cualquiera no. Es que “lo que no puede ser no pueder ser y además es imposible” , que dijera aquél entrañable comentarista deportivo. No procede estar ahí toda la peña, todo el gallinero salivoso – como suelo llamarlo – dándole al pico sobre la comida. Hombre, por el amor de Dios y la Virgen Santísima, con dos avalistas...Y en segundo lugar – vaya a ser este el motivo de que Diego, quien asimismo viene a sumarse a quienes declinan la invitación del frugal tentempié – tampoco procede que trastejen por los rincones, por los vericuetos más propicios para ellas y hasta muy solícitas, insolentes y visibles sobre la propia barra, semejentes huéspedas: las muy insignificantes pero viscosas y repeludas cucarachas. Alguna que otra que también se exhibe en público. ¡Qué no habrá en la cocina! Aunque bien mirado, no dejan de ser minucia, bichitos pitiminí. En mi tierra, sin ir más allá, suponiendo – que ya es mucho suponer con la que cae – que usted se agencie una escapada relámpago a cualquier complejo turístico, hotel, apartamento o quinta de reposo equis, de los que por allá se estilan a punta de pala, no deje – ni harto de ron – de ejercer su perfecto tajante privilegio como cliente genuino y esencial, de pedir la suya. ¡Solicítela! ¿Que qué? Está claro. La correspondiente cucaracha a que todos, sin excepción ni coste adicional alguno, tienen derecho sí o sí. Cuya calurosa bienvenida fijo resultará la mar de entrañable, apenas abra la puerta de su inminente frugal estancia y se familiarice con ella. ¡Ah, cuánta terneza! Caso contrario, insisto, no deje de pedir la hoja de reclamaciones o procurar hacer valer su cobertura legal con aplomo ante el director, consejero delegado, jefe de sección, gerifalte, gerente o mandamás oportuno. Allá, en mi tierra, clima tropical, idóneo a todo hábitat o biocenosis terrígena, he ahí el porqué, procuramos ofrecer la misma grata acogida a todo quinqui, sin discriminación alguna.
 - Mira Diego – dígole el día de autos, y luego veremos cuán a propósito viene la etiqueta –, ya sé que eres un poquito tiquismiquis, grosso modo distinguido y refinado, que te estás aplicando rotunda e irremisiblemente tu propia ineluctable eutanasia a base de tanto whisky a palo seco, aún siendo así, lo que eres y representas, de buena cuna y alta estofa y tales y cuales; esas sus buenas maneras suyas de usted que adquirió en el Escorial, con los jesuitas, pero debieras, no sé, allá tú, picar algo. Mal que bien...
 - Me ninguneas – dice, comedido, apantallando, la mano frente la boca, fuera a dejarme grogui su acuciante alitosis –. Me vituperas y me vilipendias y me injurias y me ofendes y me ultrajas y me calumnias, con ese tu modo empingorotado de estar.
 Diego es, en efecto, lo que queda del vestigio que fue. Lo que se deduce, no tanto por el lenguaje rico y reponedor con que reafirma su urbanidad, como por el tacto, la delicadeza con que se cubre la boca con tal de no violentar a nadie con el nauseoso efluvio de sus neguijones. Como por obcecarse – en más de una ocasión, hay que decirlo – en hacerme partícipe sobre el verdadero exponente de su preciso status social, esgrimiendo una y otra vez un carné que lo acredita como leguleyo del Colegio de Abogados de esta insigne ciudad.
 - Tu dirás lo que sea, pero insisto. Take care yourself ! Come.
 A ambos nos chifla, hasta arrancársenos las pajarillas, intercambiar las más sorprendentes y dispares impresiones en inglés. En verdad, no solemos encontrar quien se preste a ello.
 - Lo que yo necesito es otro hígado, uno nuevo – dice –. Además, el whisky no admite comida. Al menos no mientras. Acaso después, al llegar a casa.
 Y uno se pregunta, cual no es el caso de Diego, de quien ya dijimos que de un modo u otro lo disimula, ¿porqué siempre se pirra por contarte sus más íntimas confidencias del alma, por lo bajín, en voz queda las más de las veces, aquel que de veras adolece de algún influjo gástrico? ¿Acaso nadie los exhorta, hecho éste por ende bastante significativo, sobre la indispensabilidad sine qua non, si me apuran, para con una media distancia prudencial hacia el inmediato interlocutor?
 - Me acompañas, please, afuera, a fumar – alcancé a oírle, entre el álgido cloqueo del gallinero – y me lo cuentas.
 -¡No way! – ironicé – I hate smokers.
 Y como por descuido va y me lo enciende adentro, al lado mío junto al bar.
 Diego es así.
Que es abogado no cabe duda, su lenguaje lo delata.
Este alfeñique, de quien, bien por asociación de ideas bien por su llamativa melena negra y rizada, recuerdo el nombre a costa de Diego – el Pibe – Armando Maradona y a quien, asimismo, los excesos de la vida le han extragado la reputación, jugado una mala pasada y pasado factura, ya es un caso imposible, sin remedio, perdido.
 Pasa lo que es obvio: que ya no ejerce, ¿como va a ejercer el pobre diablo con las moñas que se coge?
 - Además – le advertí, apuntándolo acto seguido con mi dedo acusador, según las pautas de mi humor sardónico – me repatea ser considerado plato de segundas. Primero te me escabulles por ahí, como la gallina sin nidal – nada más a huevo, pues esto sigue antojándoseme un bullicioso gallinero –, despuntando de flor en flor y a salto de mata, departiendo con el uno y con la otra carcamal, demacrada y decrépita, como nosotros perdonamos, y al final, cuando el resto te ha evitado y dado calabazas, vienes aquí, a mí, en busca de mi concordia y deferencia. ¿O?
 - Que no. Que no como nada, te digo, y menos de aquí – insiste.
 - Mira Diego, quien busca el mal por su cuenta al infierno vaya a quejarse. Yo lo digo por ti. Comer o no comer, this is the question. Por lo demás, a mí como si te la pica un pollo.
 Diego es – o mucho me temo que debiera decir era – la caraba y el no va más a la contina. Un tanto esmirriado, eso sí, y enclenque. Un elemento digno de estudio. Diego fue un caso superfragilisticoespialidoso. Diego llevaba el programa, el sacro manual de su exquisita educación a rajatabla, hasta las últimas consecuencias, intrínsecamente. Vaya si sí. Pues, aduro encendió aquel pitillo, recibió una suerte de reprimenda a guisa de rapapolvo del muy presto diligente dependiente, todo prodigio él, que al bueno de Diego lo dejó patinando en seco. Y hasta la fecha, en que aquel “medita-fuso” fumador patético juró y perjurole al muy sabiondo del camarero no volver a pisar aquel – este – garito never again; cruz y raya, urbi et orbi, por las tristes barbas de Merlín, las cenizas veneradas de su madre y para los restos de su misérrima vida depauparada, así lo partiera un rayo.
 Razón por la cual se es más preciso contextualizándolo conforme a un “era” en vez de con un es, a tenor de las circunstancias. Pues hasta en eso ha sido Diego un consumado bebedor de whisky a carta cabal, toda vez que, palabra de honor, no se le han vuelto a ver sus inconfundibles bucles del pelo por este tugurio. Solo espero que no me reproche el hecho de haber declinado tal sugerencia, la de acompañarle a fumar, a la entrada y que me redima si acaso no estuve a la altura, por cuánto que no pude por menos de darle un pellizco de razón piadosa al descerebrado del camarero.
 Con todo, no ha sido el (¿amigo?) Diego, de cuyo nombre apenas si consigo acordame gracias a que soy un irremediable futbolero y a costa de su otro estereotipado “pelotudo” calavera, el que aquí me trajo. Sino otra de mis lóbregas intrincadas especulaciones, cuya intríngulis rumio aquí, ahora, no tan sólo y conmigo mismo como entre el alboroto del gallinero, en mi rincón del bar de siempre. Sino por aquella cuestión que ya entonces tuve la (¿hemorragia de placer?) de argumentar, dentro y fuera del contexto mismo, por si cupiera la posibilidad de arrojar algo de luz, con Diego el melenas, capricho de las nenas, alias el Puntilloso, a esta peliaguda martingala.
 - C'est fini. Cruz y raya, lo juro. No piso más este putiferio – había dicho.
 - Venga, no me seas caprichudo. Pasa del tema – hube de atajar.
 Y me tendió la mano, por supuesto, cordialmente, como muy de él cabía esperar, en plan despedida.
 - A ver – le dije, intentando ganar tiempo –, que tú desaires la comida no quiere decir que otros lo hagan. Mira, por ejemplo, como se ponen morados aquí, aquí nuestros más inmediatos concomitantes. ¿Colombianos, me dijo?
 Inconfundibles. Dos jóvenes guachinagos y sus respectivas parientas.
 - Observa e instrúyete – proseguí, a fin de disuadirlo con mi argucia –: cuatro Martinis. Cuantro euros. Pinchos para cuatro. Y otros cuatro pinchos de balde, and replay, and replay again. Y hale, la casa por la ventana. ¿Dónde está la ganancia, matarilerilerile? ¿Dónde está la ganancia, matarilerilerón chimpón? ¿En el fondo del mar? ¿Has visto la pipa que lleva el nota como carátula en el móvil? ¿Una Whalter? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía eres tú. Además, ¿sabes qué te digo?, que ves menos que Casimiro Miranda; aquél bizco que tenía una bella vista en Altamira.
 Pero ni con esas.
 Se fue. No sin antes despedirse entrañablemente de mí, llevándose consigo su estricta educación, su firme disciplina. Dejándome allí, entre el compadreo de aquella peña, de aquel gallinero embaucador y disoluto. Cuanto más que ahora, al vívido vacío de su descorazonadora ausencia, al puro teatro de la propuesta colombiana, la parafernalia, al gallinero este y la caterva toda reburujada, todo milonga, las churras con las merinas, el Martini para cuatro, pinchos de balde y a tutiplén, a saber el motivo, hay que añadir el toque mágico de este inquietante escuálido ruso que recién me acaban de presentar.
 ¡Apaga y vámonos!
 ¡Tú si que sabes, amigo Diego! Habrá que ir pensando, y muy seriamente además – si no en cambiar de ciudad – sí en cambiar de hábitos; de garito.

jueves, 13 de diciembre de 2012

PRESENTACIÓN DEL TANGO DE LA GUARDIA VIEJA (VIGO)

Otro fiasco, en efecto. Otra prédica o declamo en el desierto. ¡Qué si no! es entonces este continuo sentirse incomprendido, esta empalagosa y urticante continua falta de interacción, de recíproca deferencia hacia nuestro ineluctable e inefable quehacer diario. De una carantoña o halago que a uno medio lo estimule, ya no que lo incentive el aspecto económico, pero sí que a uno medio le insufle el ánimo haciéndole al menos comprender que acaso aún no está todo perdido, que no anda uno loco del todo; de remate, antes bien. En fin. En uno ya de por sí prima la necesidad fisiológica, la prescripción médica facultativa de la sacra escritura como simple y mera descarga emocional, como para entender que de igual modo ha de ser saludable soltarlas al abismo pelágico y renegrecido del carrusel cibernético, que en gran medida es la herramienta esta de internet. Cómo acércarmele, por ejemplo, a Arturo, Pérez-Reverte, a quien a la sazón correspondí con mi humilde presencia en una de sus conferencias (antes bien la presentación de su nuevo libro) a decirle que, por el amor de Dios y la Virgen Santísima – con dos avalista – se dignara, mal que bien, facilitarme su @mail personal a la vez que me firma uno de los tomos de su nueva, flagrante y sensacional última obra. ¿Cómo acercármele a él, con qué excusa: Cómo decir: ¡Anda, pues yo escribo! Así, como quien dijere ahí es nada. Para luego: ¡Más de ello no vivo! Cómo, sin que seas la comidilla de esta jungla tan interesada, y sin que te den tan por cretino. ¿Cómo disuadirlo, hacerle comprender la necesidad imperiosa que uno siente, cómo no, del mismo modo, la singular llamada de una segunda experta opinión; sobre una charla amena, constructiva reponedora? Sugiriéndole, por ejemplo, la nueva perspectiva de que su excelso nombre hace gala. Pues, a colación, no es menos cierto que a “Arturo” se lo usaba en mi tierra como arma arrojadiza, asustadiza de niños quisquillosos y vivirachos. “O te portas bien, o viene Arturo y te lleva. Mira que, si no te duermes viene Arturo. ¡O te lo comes todo o viene Arturo, allá tú!” Así, tal y como bien adujera Miguel Delibes, respecto del Moñigo (El Camino) quien, según éste, a la sazón era refractario al Coco, al Hombre del Saco y al tío Camuñas ¿cómo no lo iba uno a ser, así, entonces, a grandes rasgos, inmune, invulnerable a las amonestaciones de Arturo, Pérez-Reverte. Pero a usted, faltaría más, eso se la resbala. Sobren vocablos. Usted dirá, me imagino: “a mí qué se me da que a ti se te dé o no se te dé si lo que ha de ser ha de ser y punto pelota y san se acabó”. Claro, así hasta uno. Cualquiera no. Así está “chupao.” Siendo usted, suerte la suya, sin ningún género de duda un prestigioso y suertudo novelista de renombre mundano y mundial, que hasta lo es en virtud miembro de la RAE; tanto como para saber reconocer, encomiar y valorar el anterior recurso caústico – cual, por cierto solo se da en nuestra laudable y tan laureada lengua – de construir el contexto de una frase hecha con tanto virtuosismo y sutilidad, de paso sea dicho, con al menos 27 monosílabos correlativos mondos y lirondos. ¿A usted qué más se le dará todo este rollo macabeo, toda esta jerigonza mía? Y, ¿cómo me le iba yo a acercar a usted a por un autógrafo, pero con el firme propósito de que me confiara un correo electrónico o sucedáneo? Asunto de qué; a un pelagatos como yo. Aun siendo así. Aún sintiendo por usted la admiración, la deferencia que hoy siento. Pues la envidia, ya lo dijo Quevedo: “es tan flaca y amarilla porque muerde y no come” que no conduce a nada. ¿Pero y si sí? ¿Y si en el fondo, a usted no le fuera indiferente esta pánfila reflexión mía, aunque solo sea porque – según pinta el actual panorama, como usted bien esclarece, corran tiempos en que la política está supeditada a la economía y no viceversa – y solo nos quede el consuelo, el bálsamo de la buena retórica reconstituyente. ¿Y si al cabo no le resulto indiferente? Y si, por ejemplo, a la vista de que usted “prefiere cambiar el ajedrez por Dios”, habida su completa y sofisticada propuesta intelectiva - aunque más en sentido estético que práctico, según aclaró ese día, pues es un completo pésimo jugador – admite con buenos ojos esta mi nueva perspectiva sobre los movimientos ajedrecísticos. De cómo, figúrese a don Andrés, el maestro del pueblo del mismo Camino del entrañable Miguel Delibes, le llamaban el Peón, porque, decían, tenía la cara torcida, caminaba de frente y comía de lado. ¿Y si no? Y si los dos, señor Arturo, Perez-Reverte, nos profesamos la misma empatía; o cuánto menos se la profesamos al ajedrez. Aunque allende, este probo servidor suyo de usted lo rete cuando quiera a una partidita. SALUDOS CORDIALES.

martes, 11 de diciembre de 2012

OTRA LLAMADA PERDIDA.

Como quiera que este llamamiento dirigido a cierto señor - de cuyo nombre no quiero hacer uso - no fue correspondido y naufragó entre las coordenadas insondables del espacio sideral, lo publico en este mi muy íntimo y humilde apartado. Y así sucesivamente, con todos y cada uno de los lumbreras, de los intelectuales con renombre a los que recientemente me he dirigido. ESTIMADO DISCRETO CONFIDENTE: Me dirijo a usted – pues aún no gané el privilegio, la licencia de tutearle – con el incipiente pero esperanzador propósito de que me pueda medio encauzar por el nebuloso mundo de las letras. Soy un apasionado, asiduo lector entusiasta (y a veces compulsivo) de todo lo clásico y tradicionalista. O sea, me explico, que si mal no regulo, me le parezco en el sentido de preferir hablar, interactuar con los muertos ilustres que con los recientes lumbreras ambiciosos y mediáticos que hoy proliferan por doquier. Esos que crean un magnífico guión de película, pero que no me hacen volver la página ni saborear la sutil contextura de un nuevo vocablo preciso a cada pasaje. Esos fragmentos que apenas si transmiten ni un solo estigma deslumbrante por entre sus desapasionadas lineas insulsas. Así, yo, Ramón del Pino Alemán Alemán, servidor suyo, al igual que usted opino que hoy por hoy bien poco hay de exclusivo que el Quijote no haya dicho antes – lo cual pone usted muy de manifiesto en sus columnas del Magacín de las cuales soy un forofo – y que sólo en los clásicos encontramos aquellos ilusionistas, prestidigitadores de la palabra revitalizante que tanto nos apasiona. En fin...Al grano. Con más pena que gloria y de un cierto modo pueril alumbré mi primera “obra” - Al otro Lado de la Isla –: una tímida historia a caballo entre las islas Afortunadas y el África occidental de aquella gloriosa España, con muy buena acogida por parte de unas cuantas editoriales, pero todavía inédita (que aún he de retocar) y que hoy tal vez removiere alguna conciencia a propósito de aquellos “españoles” del reino Alagüi que allá quedaron desarraigados y en tierra de nadie. Sentados los anteriores precedentes y con más esfuerzo que talento, recién acabo de culminar otra muy buena historia que toma el Camino de Santiago como escenario para bosquejar las vicisitudes de un casi thriller policiaco, y que creo tampoco tiene desperdicio. Cuyo lanzamiento, promoción y anhelada publicación no sé (la verdad sea dicha) como diantres gestionar. He ahí el quid, la madre del cordero, y donde su avezada experiencia podría acaso meter baza. ¿Un agente literario de su confianza quizá? ¿Tendría a bien ponernos el contacto? ¿Una oportunidad, columna o así, en el magacín, a la que usted tenga la conmiseración, el estoicismo de apadrinar? ¿El soporte escrito, el de toda la vida en papel o la impresión digital? Como fuera que tengo un mar de dudas y otro sinfín de cuestiones que plantearle a alguien bastante ducho y consagrado como usted, tampoco quisiera con la presente monopolizar su preciado tiempo. Así y todo, gracias por su comprensión. ATENTAMENTE: Ramón del Pino Alemán Alemán, un plumilla inédito.....

viernes, 25 de junio de 2010

ADIÓS A MI MENTOR

Hoy lloro en silencio. No a lágrima viva. Pero sí desde la piedra angular del respeto. Desde la más sentida y profunda consternación. Como se llora a un padre, una madre o a un familiar cercano. A ese referente que, según tus toscas y exiguas entendederas, fue el modelo que más y mejores migas hizo con ese tu otro “yo” más genuino y primitivo. A ese amigo que te tendió la mano cuando más lo necesitabas. Lo cual resulta paradójico, y hasta un tanto atípico. E incluso, si me apuran un poco, hasta un punto descabellado. Sobre todo tratándose de alguien que, maldita mi suerte, no conocí en persona. Pero de alguien que sí se dejó querer, convidándome otrosí a adentrarme en lo más pudoroso y recóndito de su alma. De esa su auténtica esencia filantrópica. Cosa que hizo como nadie, a lo grande y como los grandes genios, a través de su excelsa obra. Y digo yo: ahora quién va a “ponderar” cómo él ponderaba. Porque sí. Para qué vamos a engañarnos. Se puede sopesar, calibrar, equiparar, medir, pesar, confrontar, calcular...Pero no señor, el prefería “ponderar.” Así, como suena. A la chita callando. Como ese niqui al que le cogiste apego porque sabes que te sienta macanudo. Como esa palabra que has hecho tuya a fuerza de usarla. Como ese guiño infalible, difícil de igualar, imitar siquiera, para seducir a una doncella. Con qué sinvergonzonería me voy, ahora, yo, por mi cara bonita, a apropiar de esos términos que a poco son casi como de sus dominios. Suyos hasta la muerte. Y ni siquiera así. Ni aun ahora que ya eres finado, maestro, tendría este menda la desfachatez, la poca delicadeza de arrebatártelos. Y ahora quién va a narrar de esa manera tan tuya, tan sublime y creativa y con ese tu modo tan peculiar de novelar. Quién va a adoptar tu estilo. Qué autor me va a hacer volver la página para saborear cada estrambótico, rocambolesco y nuevo vocablo. Para adivinar dónde acaba la segunda persona y comienza la primera o viceversa. Dónde comienza la exclamación y acaba la interrogación. Por no hablar de la admiración. ¿Admiración? Admiración la que uno siente ante tamaño alarde de genialidad. Helo aquí, sin ir más lejos. Por más que intente uno imitarlo, no consigue acabar un texto sin un mísero signo de interrogación. Qué cómo lo hacía. Pues, departiendo estoy ahora mismo con él. Quizá me lo confie. Allá donde esté. En el Olimpo de los genios. Y ahora quién me va a hacer leer cómo un poseso o como un neurótico obsesivo-compulsivo hasta el punto y seguido siguiente (léase ésta con la oportuna entonación). Claro. Ahora lo entiendo. Para ti todo consistía en un punto y seguido. Siempre. Todo parte de una misma historia, del mismo déjà vu, del mismo cuento entrelazado del nunca acabar. Siempre punto y seguido. Nunca punto y aparte. Y menos punto y final. Del mismo tíovivo de la vida y la muerte. De la cadena trófica. De la ley de Lavoisier: “la energía ni se crea ni se destruye, se transforma.” Es por ello que “debajo de capa vieja habita la sapiencia.” Y es por eso que toda tu energía positiva (aunque algunos discrepen) y todo cuanto consejo me hiciste llegar a través del legado de tus libros, permanecerán por siempre jamás en mi recuerdo, en tu memoria. Pues, de algún modo, no es menos cierto que en mi habita buena parte de aquel Hombre duplicado. Soy uno más de Todos los nombres. Soy, en parte, un todo de ese poco, un poco de esa nada y de alguna manera, la resulta de El evangelio según Jesucristo. También me cegó El ensayo sobre la ceguera, hasta recobrar la tan primordial Lucidez. Y en cierta medida también me hice simpatizante, casi que flirteé, con aquella ingeniosa y mordaz guadaña de las Intermitencias de la muerte. Sí, amigo mío. Tu energía permanecerá por siempre en los Anales y entre las Fuerzas del Universo. Es por eso que este año hice el Camino Francés, desde Roncesvalles, comedida y respetuosamente, en silencio, escuchando las señales, porque creo a ciencia cierta en que esa tu ahora energía atávica también un día se manifestará a través de él. Como ya, con toda claridad, se manifestaron otras muchas genialidades sobre su senda y sobre los vestigios de dicha ruta románica y medieval. Por lo tanto. No me queda otra, maestro: volver a hacerme al Camino para escuchar de nuevo. Para impregnarme del bastión de toda tu sapiencia. Para oir el rumor de tu esencia. Pues, yo, como tú, tampoco “espero nada de la vida, por eso lo tengo todo.” Pues, yo, como tú, también creo a pie juntillas que “lo último que pierde un hombre no es la vida sino la dignidad.” Es por eso que con estas palabras ni persigo la fama ni el reconocimiento, ni tan siquiera promover o posicionar mi blog. Sino soltarlas a la brisa, al relente de la mañana, a ese espacio cósmico e infinitesimal, al silencio imperturbable donde, por siempre, susurrarán los genios.
Hasta siempre, José Saramago (1922-2010)

viernes, 28 de mayo de 2010

Relato corto

DESDE EL INFRAMUNDO




- Sí sí, claro. Así está chupado – maldijo Adolfo mientras, sorprendido por aquella humillante andanada de golpes, era introducido en la celda a empellones – Así hasta yo soy muy macho. Otro gallo cantaría si nos viéramos tú y yo, a solas, cara a cara, en cualquier descampado y sin la inestimable ayuda de tus esbirros.

- ¿Porqué, eh? Insinuas, acaso, que aquí alguien te ha zurrado – vociferaba el gorilón de paisano a la vez que le propinaba otra serie de golpes, en el pecho y en aquellas partes del cuerpo donde no quedara señales ni secuelas visibles, en tanto otros dos agentes bien uniformados con sus armas reglamentarias asistían impasibles a lo que, en vivo y en directo, saltaba la vista, les resultaba más gratificante y ameno incluso que una función de teatro.

- Ya lo veo, ya. Sois todos muy machos. Pégame más fuerte. Anda, tipo duro. Pero dónde se note. Dónde el médico obtenga un buen indicio y crea conveniente hacerlo constar.

- Pues tócame otra vez los huevos, si te atreves. Si tienes eso que hay que tener: cojones. Y, qué conste, aquí nadie te ha pegado – dijo el musculitos de paisano, en tanto sus bien uniformados secuaces cerraban la celda de castigo. Por supuesto, ahora con otro inquilino.

Exhausto, aunque a tenor de las circunstancias no demasiado, Adolfo se puso en suéter. La verdad es que para su edad, los 54 años que luego confesaría tener, está bastante fórnido y bien podría haberle arreado, de haber correspondido a la agresión como dios manda, cuatro cachetones a aquel chulo putas que lo metió a hostias en la celda. Adolfo cogió la colchoneta, la manta y se tendió en la esquina. Ahí está, ovillado en una manta pestilente y nausebunda. Si es como la mía, rezumando podredumbre. Con ese olor repugnante, azulado y dulzón a meados rancios. En una celda que huele a carroña. Que ni siquiera se han molestado en rociar el suelo cochambroso con un poco de zotal para desinfectarlo, no ya de posibles parásitos, gérmenes y ladillas, sino de un seguro brote de disentería o tuberculosis o paludismo. Porque de hecho, sin ánimos de pronunciarme ni de hacer apología de la xenofobia, en las celdas contiguas acaban de ingresar a los desvaídos y exhalados integrantes de la última (o no sé) quizá la antepenúltima patera que arribó a la isla. Información que a uno le llega, a despecho de hallarnos aquí: incomunicados, aislados, mohínos y más solos y desangelados que la una, a traves de los ecos de unas voces tan débiles y mortecinas como las luces que languidecen entre los claroscuros de estas espeluznantes mazmorras.




Adolfo aún no se ha dirigido a mí. Está ausente, en su esquina, recuperando el tino y el compás de su extenuado equilibrio emocional. Se muestra un tanto desconfiado y ni siquiera se ha dignado mirarme. Soy un ser extraño, desconocido para él. Quizá ambos pensamos los mismo. ¿Será un criminal? ¿De qué coño le habrán acusado? ¿Qué delito habrá cometido para deparar en tan mala suerte? Aún no sé ni su nombre. Pero no tardaré en saberlo. Los caminos del señor son inescrutables. Quien nos lo iba a decir a ambos: que en aquel sitio, en aquel abominable tugurio con hedor a muerte, se iban a encontrar dos seres tan distantes pero a la vez tan unidos por la misma lepra; por el mismo cáncer que está carcomiendo, no sólo nuestros huesos, los suyos y los míos, sino a la cédula de esta irredimible sociedad.




-¿Crees que podría denunciarlo? - fueron sus primeras palabras, al cabo de un buen rato, mostrándome algunos hematomas.

- Tú verás.




- Qué valientes son – dijo- cuando además del poder que el propio Estado les confiere, se ceban con el dolor ajeno y con alguien indefenso.




- Encantado – dije tendiéndole la mano -. ¿Acaso te resististe?

- Para nada. Sólo quería avisar al trabajo y a mi chica por el móvil, pero ya sabes: cómo aquí abajo malamente hay cobertura, lo estrellé contra el suelo de la misma impotencia. De la misma rabia. Y todo por querer cumplir con mi hijo lo que por ley me corresponde. El régimen de visitas, ya sabes, y todo ese rollo macabeo. Porque la custodia, excepto algún que otro remoto e hipotético caso, siempre se la queda la madre.

- Y con ello lo que ya es de dominio; el chantaje, la moneda de cambio, el impuesto revolucionario. Me llamo Adolfo, por cierto, perdona. Encantado – dijo Adolfo estrechándome la mano también.

- Mal que bien – intenté minimizar nuestra desgracia –, aunque inútil al cabo, tuvieron la decencia o cuando no la poca verguenza de al menos ofrecerte un conato de llamada telefónica. Esa a la que en teoría tenemos derecho ¿no? Porque conmigo ni siquiera eso. Está claro que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el derecho al honor y a la intimidad personal, los derechos del detenido y todo ese patatín quedan de cojones sobre el papel. Pero...




- Dímelo a mí. Me presenté en esta Comisaría apelando a sus específicas funciones humanitarias, creyéndola al servicio del ciudadano y de la ley, del contribuyente y por lo tanto el gremio que en principio ha de disipar ciertas dudas, velar por y para hacer prevalecer mis derechos; teniéndola por ese inmejorable punto de encuentro donde recoger a mi hijo y al final, mira por dónde, donde vine a parar.

- Supuestamente porque tu ex no estaba por la labor.




- No tanto ella como su nuevo maromo, Guardia Civil, cuyas malévolas intenciones el señor se las acrecente y se las devuelva con la misma puta mala leche que él ha tenido conmigo, sobre todo cuando sea padre y cuando luzca su bonito tricornio como cornamenta.




- No fastidies.




- Cómo lo oyes. Vaya si se presentaron. Los dos. Y antes de que a mí se me pasara por la cabeza, vamos, ni remotamente, emprender tangana o trifulca alguna, arremetieron contra mí como verdaderos salvajes. Yo lo único que hice fue capear el temporal y la lluvia de golpes que ambos me propinaban.




-Pero bueno. Ella mujer y él Guardia Civil...estamos apañados. Desde luego que no te iban a dar la razón. Aunque, por ley, al nene sí le correspondía estar contigo. ¿Cierto?

- Y tanto. Si hasta tenemos un acuerdo mutuo, pasado por los juzgados. Pero ya sabes. Cuando das con este prototipo de gentuza, nausebunda, vulgar y barriobajera que sólo atienden a su egoísmo personal, maldito lo que les importa salvaguardar, ya no mis derechos o los tuyos, sino el sacro derecho que un niño tiene a vivir una vida plena y una infancia medianamente digna y saludable.




- Ahí sí que ha dado usted en la tecla, maese Adolfo.

- Bueno, pero tampoco me trates de usted. Al fin y al cabo, quienquita que sólo sea por esta noche, vamos a estar bien juntitos aquí encerrados.




- Lamentablemente así lo creo. Ojalá mañana, también juntitos, estemos tomando café y leyendo la prensa en la cafetería que hay enfrente a los juzgados. A propósito de la prensa, recuérdame que luego te haga un comentario. De todas formas, a pesar de nuestras respectivas funestas circunstancias, algo me hace regurgitar aquello de que “no hay mal que por bien no venga.” No. Lo digo por eso mismo. Por aquello de tu agradable compañía y toda esa mojiganga. Por lo que a mí respecta, cada vez estoy más convencido de que, no importa el sitio inmundo donde estés, siempre encontrarás a alguien de una calidad humana excelente.




Fue entoces, supongo que alrededor de la media noche, cuando el señor agente que hacía las veces de carcelero nos preguntó si preferíamos la luz apagada o encendida.




- Encendida, un rato más, por favor, señor agente – le dijimos.




Y fue entoces también cuando me apercibí de que a Adolfo le corría dos silenciosos lagrimones por sus mejillas.




- No te preocupes – le tranquilicé -. No te dé ningún tipo de pudor que yo te vea llorar. No en vano, yo mismo acabo de hacerlo un poco antes de que tú entraras en escena e ingresaras en el plantel de este circo romano, y las más de las veces mediático. Solo que a solas. Conmigo mismo. Te aseguro que hasta nuestros más inmediatos cohabitantes, si los hubiere, tuvieron que escuchar los ecos de mis hipidos.

-¿Qué insiabas, antes, sobre la prensa?




- ¡Ah sí! Gracias por recordármelo. Que, precisamente, quería consultar en la prensa la esquela de mi madre. La enterré ayer ¿sabes? O antier. Bueno, ya no sé ni cuando fue. Vivo en Vigo ¿sabes ? Y vine por tres días para enterrarla. De ahí el porqué de beberme las lágrimas como chorros, antes de que tú entraras en escena. Es, bueno era, una buena mujer ¿sabes? Su cuerpo aún ha de estar caliente. Acabo de ver como la sellaban en un nicho de cemento. Es curioso lo eficiente que resulta el albañil con la paleta, aun trabajando bajo la presión de tantos espectadores compungidos. A punto estuve de profanar el silencio. Casi se me escapa un grito desgarrador: “Eh. Qué esa es mi madre. Déjale, al menos, un hueco para que respire. Déjale, si eso, los pies al aire. Qué ella siempre respiró por los pies.” De ahí que antes me bebiera las lágrimas como chorros. Ya no tanto porque el cuerpo de mi madre, aún caliente, esté tapiado en un recoveco de cemento y hormigón por donde le es prácticamente imposible orearse los pies, sino por la similitud de mi (nuestra) situación. Solo que, en mi caso, no sé el tuyo, aún tengo la puta mala suerte de respirar. Por cierto, si te apetece ese bocata, no te cortes. Lo puedes comer. Aunque, en ese sentido, en grosso modo, seguro que te me pareces: “mejor morir de pie que vivir arrodillado ¿no?”




- Sí que es fuerte lo que me cuentas.




- A qué sí. A que parece un guión de película. Pero no. Es real como la vida misma. La historia de mi vida. A propósito, no tomes de esa agua. Porque no es agua. Bueno, fue agua antes. Pero luego usé la botella vacía para mear dentro.




- No te preocupes. Si me dosifico puedo llegar bien a la mañana.




- Ya veo que tienes, además de los nervios de acero, bastante aguante. Por lo demás, Adolfo, no te preocupes. Tú por exceso y yo por defecto, al cabo siempre vamos a pagar los platos rotos. O comernos el marrrón, cómo suele decirse. Tú porque estás muy cerca, en territorio hostil y pisando sobre el mismo campo minado, yo porque en su día decidí poner tierra de por medio, al cabo es la misma vaina. Tú porque tienes dinero, pasas la pensión y yo porque estoy sin blanca y no tengo ni donde caerme muerto, aquí nos vemos agraciados con la suerte del mismo rasero.




- Y que lo digas. Fíjate que ahondando y recapacitando al respecto, a veces pienso que es mejor quedarse sin trabajo. No me extraña. Así estamos a la cola del paro y de Europa. Casi a la altura de Grecia. Si no somos nadie. Sólo carne de cañón.

- Del pico de la lengua me lo acabas de quitar. Esto ya se ha convertido en un mercadeo barato, cuando no en un circo mediático. Si sólo se tratara de las infracciones de tráfico, y el cupo mínimo que a cada agente se le exige rellenar a destajo por cada una de sus cicateras jornada laborales, hasta es comprensible en cieto modo. Pero lo demás ya pasa de castaño oscuro. Vaya a ser que también anden tras un cupo mínimo de maltratadores que, forzosamente, tengan que rellenar los calabozos de cualquier Comisaría Inmunda y agotar el plazo máximo de las 72 horas que contempla la ley a tal efecto.




- No te extrañe.

- Para nada.




- Por esa regla de tres, Adolfo, mi amigo del alma, y siguiendo aquella premisa de Groucho Marx: si “inteligencia militar son términos contradictorios”, bien podríamos decantarnos, perfectamente además, por aseverar que Orden de Alejamiento y Busca y Captura no lo son menos. Heme aquí, sin ir más lejos.




- En fin. Adónde iremos a parar.

- Eso. Dónde iremos a parar.


- Intentemos dormir un rato. Mañana será otro día.


- Eso. Mañana será otro día.





ENTORNO A LO CUAL SE ARGUYÓ LA “MUY ESTEREOTIPADA DEFENSA”

La verdad, sus señorías, ha sido tal cantidad de veces las que aquí me vi, en esta inextricable encrucijada, ante el estrado sí pero siempre en calidad de imputado, tantas tantas las veces que evoqué éste y tantos otros procedimientos reales o simplemente ilusorios, que de veras pienso a menudo que nací para este suplicio, ineludiblemente. Eso sí: nunca nunca como demandante o acusador. Siempre siempre en calidad de acusado. Pero créanme, sus señorías, si les digo que soy yo la única víctima y no el delincuente. Créanme, sus señorías, si les digo que no ha pasado un intersticio, periquete, hora, un minuto desquiciador y desapacible de la noche para el día, en que éste y otros muchos procesos (rápidos y ordinarios, trascendentales o más o menos peor esgrimidos) no se hayan celebradado ya en lo más recóndido, en lo más intrínsico de todo mis ser filantrópico, de todo mi ser probo, afable y por lo general íntegro. Pasa que soy yo la única víctima, que no un vulgar sablista, de este politiqueo de hojalata. De unos gobernantes sin escrúpulos, faltos de integridad, del decoro y de los más mínimos principios éticos y morales para con el respeto, la consideración y el sufrimiento ajenos. De un aparato del estado autárquico, cuasi dictador y cambalachero, para con el sufrimiento de un padre que un día se alejó, puso tierra de por medio, porque una y otra vez una ley denigrante, avasalladora, absurda de otro presunto caso de violencia de género (sexista sí pero en este caso en detrimento de mi persona y dignidad) así lo exigía, empeñándose una y otra vez el referido aparato del estado en darle una tiza a un tonto; un lápiz; un rotulador, ese que deja una mancha indeleble, a un mono o quizá debiera decir a la mona de mi expareja. Al homínido descerebrado de la madre de mis hijos, por llamarlo de algún modo. De un padrazo, sin duda, créanme, este humilde servidor de ustedes, que con todo el dolor del mundo se apartó un día de sus hijos, puso pies en polvorosa, tierra de por medio porque creyó que así crecerían más saludables, más racionales. Sin el veneno progresivo y letal de las continuas barriobajeras mil y una discordias y desavenencias, que bien actúan sobre la psique sobre todo en la infancia. Un rotulador con el que podía rayarlo todo, todo todo impunemente bajo la mascarada de la supermadre coraje y modelo, bajo el amparo y protección de una ley revolucionaria (¡la repera, la quinta esencia, la reoca!), empírea y vanguardista que la protege y que además la incita a denunciar a todo aquello que se menee. Así sea a base engañabobos, de palos de ciego. Pero una denuncia, en definitiva, legítima y bien instruida por todos los agentes involucrados que bien pronto se encargan de ningunear, avasallar, vituperar y hasta vilipendiar la presunta encomiable reputación del detenido, injustamente, desde el momento mismo en que se activa el engranaje, el mecanismo, este artefacto de relojería que no tiene solución, marcha atrás ni cabida en el tiempo. Sí, sus señorías, he sido detenido, preso, incomunicado en una celda de castigo. Pero con el aliento de una gran mujer, que a las puertas de la comisaría esperaba se me pusiera en libertad, pues nadie más que ella ha sufrido tal denigración, pues nadie más que ella es el exponente de una mujer noble, comprensiva, inteligente, sensible...Una mujer que un día me sacó de la casi misantropía, de la casi misoginia cuanto más me resquemaba el sarpullido y cuando menos confiaba en los simples argumentos, sus virtudes inherentes, de la auténtica feminidad; cuando mi vida se desmoronaba el mitad del abismo. Sí, sus señorías, estuve preso, en una celda de castigo de una inmunda Comisaría, y fue el 16 de febrero del 2010, un día después de que enterrara a mi madre, después de estar tres noches sin apenas dormir, tras ser detenido de manera extraoficial, poco o nada ortodoxa, por dos agentes de paisano. Y tan cierto era que uno no estaba en búsqueda y captura, como en principio alegaron tales esbirrros, como que este servidor de ustedes no estaba en paradero desconocido, sino que intentaba, de algún modo, rehacer su vida sin toda esta tropelía. Lo cual no era fácil. Porque cuando no era Juana era la hermana o era que me reclamaban los juzgados de tal y cual instancia e instrucción, cuando precisamente tuve una vez en mis manos una suerte de orden de alejamiento. Sí, sus señorías, fui yo, aquel día, la noche en que dormí en aquellos infernales calabozos infectos de cochambre y olor a meados rancios, quien les hizo saber a los policías en prácticas que me tomaban declaración, huellas dactilares, foto antropométrica, que este humilde servidor así y todo sigue siendo un adicto a la bendita literatura, y que si bien Grouxo Mark no estuvo directamente vinculado a aquélla sí que pronunció este, ahora y en la hora, ya casi aforismo: “inteligencia militar son términos contradictorios.” A lo cual este humilde servidor de ustedes está completamente de acuerdo, y además se atreve a decir que Orden de Alejamiento y Busqueda y Captura también lo son. Y sí, sus señorías, especialmente a usted señor fiscal, a quien definitivamente parecer ser que interesa esta causa matusalénica y así y todo reabrir una herida que apenas ha cicatrizado; si la cuestión es saber si quiero a mis hijos, yo le diría que hasta la muerte, y si a su señoría, al señor fiscal sobremanera, la cuestión que gusta de saber es la razón por la cual este íntegro servidor no se ha personado en ultimidad a las innumerables reincidentes citaciones, quizá la respuesta sea de fácil dedución, teniendo en cuenta los hechos y si nos remitimos a la cantidad de ocasiones en que este vuestro humilde servidor de ustedes tuvo sí que acudir sí o sí para preservar su inocencia. Cuando quizá de una vez por todas debieran ustedes fusilarme, cortarme la cabeza, sentenciarme a cadena perpetua, por haberme distanciado de mis hijos, para intentar proporcionarles el consuelo de una infancia digna. Créanme sus señorías que sé lo que me digo. Mírenme a los ojos, especialmente usted, señor fiscal, y dígame que no sabe de lo que estoy hablando.
Porque una cosa sí es impepinable: por de pronto no sé si aspiro a ser conservador, urbanita o asceta, liberal, moro o cristiano, Neandertal u Homo sapiens, chauvinista o euroescéptico, cavernícola o troglodita, empleado o empresario, retrógrado o vanguardista, omnívoro o vegetariano, petulante o diletante, nihilista o anarquista, autárquico, ególatra o egocéntrico, desencantado o escéptico, irónico o cínico, etcétera etcétera, pero sí que quiero a mis hijos; y, créanme, ni qué decir tiene, nunca fui un criminal, un soberano maleante para merecer tal ultraje. Salvo que deseen, sus excelentísimas señorías, más castigo para mí. Más del que ya he recibido; todo un mundo inefable sin el contacto, esta pena, este deliquio, sin el aliciente mitigatorio y reparador de mis pequeños del alma.  








viernes, 23 de abril de 2010

Solidario sí... pero no un soplagaitas.

Cuando ya el delirio de aquellas desquiciadoras curvas femeninas, aquellos senos prominentes, prietos como puños, y el pertinente sofoco de aquel culo respingón, dejaron de interferir sobremanera en la fragilidad de nuestros sueños pueriles, cuando ya, bien entrados los cuarenta, la arrebatadora y alucinógena estampa de aquel portento de mujer, cuanto menos, dejó de profanarnos el sueño en mitad de la noche y el diablo (del que dicen: sabe más por viejo que por diablo) ya no te tienta tan despiadadamente como antaño lo hacía, viene a irrumpir otro demontre, otro ángel malo, otro emisario del demonio en forma de irónico payaso.

Tengo un primo que le ocurrió algo parecido: recién acaba de salir (casi no lo cuenta) de la chochera a la que lo sometió, como un extraño maleficio, su última hembra tempestuosa y exuberante. Está ahora recién salido de aquella larga y fatídica convalecencia. Mi primo es un guanajo, un tipo cojonudo. Me contó ayer que en los últimos días le vuelve a costar conciliar el sueño. Pero esta vez por otra cuestión menos traumática: el azar le envió otro emisario del diablo. Me dice que al dar su paseo matinal, en la esquina Urzaiz con Gran Vía, justo junto al semáforo, encontró, sin am@ alguno, botada, desangelada, más sola que la una, una cartera que portaba un mogollón de documentos así como aproximadamente 15000 de las hoy entrañables antiguas pelas. Mi primo intentó parar sin éxito (incluso llegó a silbarle)a cierta patrulla de policía que hacía como que patrullaba, desde luego como mandan los cánones para el buen desarrollo del ejercicio policial. Creyó entonces mi primo optar por la solución más ecuánime. Y mientras se dirigía en busca de la dependencia policial más cercana, pensó, le dio tiempo a pensar, a pensar mucho. Le ardía a mi primo la cartera en el bolsillo. Se sentía extraño, como un delincuente. No era para menos: encima llevaba una cartera repleta de documentos ajenos, estibada de tarjetas crediticias. Pensó por el camino mucho mi primo: el pensamiento, a una velocidad de vértigo le estuvo andando la Ceca y la Meca. ¿Se quedaría la recompensa del dinero y devolvería el resto? ¿La devolvería íntegra? Acaso no se lo quedaría el agente o los agentes destinados, en ese preciso momento, a tal contingencia. Respecto de aquel parlatorio, de aquella especie de soliloquio al que de pronto se vio avocado, por supuesto, sobre decir que se refería mi primo al efectivo, al dinero contante y sonante. Buena gente sí, concluyó éste, pero no gilipollas.

Desde entonces no duerme mi primo, no pega ojo, se impacienta y se desvela otra vez, como hará de esto un par de meses atrás, de nuevo lo importuna la carcoma de su sórdida y remordida conciencia, como cuando lo dejó aquella jodida pelandusca.

Si hay, por favor, alguien ahí: quien quiera que sea, quienquita, aunque sea alguien venido del más allá, aunque sea la tentativa de otro emisario venido del inframundo, algún demontre capaz de aclararle si estuvo bien o estuvo mal lo que hizo, que lo manifieste abiertamente en esta sección. ¿Fue acaso menos labor altruista por haberse quedado el efectivo? Qué se lo pregunten, si acaso, a quién perdió la cartera. De tal fulan@ en cuestión depende la condena o absolución final de mi primo y su recién maltrecha conciencia.

miércoles, 14 de abril de 2010

Cuando por primera vez solté al espacio sideral el contenido de este pequeño y comprometedor relato, más, como bien reza en la subsiguiente aclaración, por prescripción facultativa o como descarga emocional, que por conseguir encumbrarme en el abigarrado olimpo de personajillos afanados, lo hice a hurtadillas y en cierto modo consciente de que me aventuraba en un universo totalmente desconocido para mí. Se lo envié a un tal foro literario, de cuyo nombre no consigo acordarme, desde donde me remitieron un correo electrónico preguntándome que qué había pensado yo hacer con aquella bomba de relojería, y que cómo debían ellos proceder del modo más satisfactorio para mi. Y ni corto ni perezoso les envié lo siguiente: "Precisamente hoy llegué a la conclusión de que la prosa es a la súplica, lo que la poesía es al lamento. Tal vez por ello ese texto tenga una ligera connotación cadenciosa, algo así como una especie de prosa rítmica. ¿Será su contenido ese lamento? ¿Ese grito desgarrador que retumba desde ahí? ¿Desde el inframundo? Será...No sé. Sea lo que fuere, me gustaría que se colocara en un sitio visible. Donde el usuario tenga fácil acceso a él y se haga eco de las proporciones de esta lacra social. Así sea porque, sin comerlo ni beberlo, a la vuelta de la esquina, lo aguarde a él o a usted la misma penitencia, el mismo mercadeo de estraperlo, el mismo fenómeno vomitivo y nausebundo, la misma situación ignominiosa...Así sea porque, en el intento, el libre ejercicio de nuestras libertades (la de los hombres sobremanera) estén sufriendo un paulatino y contante deterioro. En algún sitio visible (dentro de los amantes a la literatura, por ejemplo) donde el usuario pueda tomar conciencia sobre los derechos que, día sí día también, nos usurpan ante nuestras propias narices. En cualquier vericueto, blog o zona telarañosa del espacio interestelar, que al cuidadano de a pie le sirva de provecho y lo haga, si cabe, más libre todavía. Y nadie se le escapa (con la iglesia hemos topado, como se decía antiguamente) y ustedes no podían ser menos que nadie, por supuesto, que éste, por escelencia, es el medio de las libertades y de las comunicaciones. Así pues, si mi anónimo confidente y amigo del alma así lo estima conveniente, coloque el texto como mejor le venga en ganas. A mí ya me sirvió como descarga emocional. Y los periódicos, como ya usted sabe, no están por la labor de allanarle el terreno al ciudadano de a pie, tanto como lo hace con las grandes firmas, franquicias e instituciones. Sí le pido, si no es mucha molestia, que me remita la dirección exacta del blog donde lo publica, en caso de que lo crea oportuno.
Tampoco me importaría que incluyera usted este texto."
Un cordial saludo: RAMON DEL PINO ALEMAN ALEMAN