Memoria histórica es mucho más que eso...

viernes, 25 de junio de 2010

ADIÓS A MI MENTOR

Hoy lloro en silencio. No a lágrima viva. Pero sí desde la piedra angular del respeto. Desde la más sentida y profunda consternación. Como se llora a un padre, una madre o a un familiar cercano. A ese referente que, según tus toscas y exiguas entendederas, fue el modelo que más y mejores migas hizo con ese tu otro “yo” más genuino y primitivo. A ese amigo que te tendió la mano cuando más lo necesitabas. Lo cual resulta paradójico, y hasta un tanto atípico. E incluso, si me apuran un poco, hasta un punto descabellado. Sobre todo tratándose de alguien que, maldita mi suerte, no conocí en persona. Pero de alguien que sí se dejó querer, convidándome otrosí a adentrarme en lo más pudoroso y recóndito de su alma. De esa su auténtica esencia filantrópica. Cosa que hizo como nadie, a lo grande y como los grandes genios, a través de su excelsa obra. Y digo yo: ahora quién va a “ponderar” cómo él ponderaba. Porque sí. Para qué vamos a engañarnos. Se puede sopesar, calibrar, equiparar, medir, pesar, confrontar, calcular...Pero no señor, el prefería “ponderar.” Así, como suena. A la chita callando. Como ese niqui al que le cogiste apego porque sabes que te sienta macanudo. Como esa palabra que has hecho tuya a fuerza de usarla. Como ese guiño infalible, difícil de igualar, imitar siquiera, para seducir a una doncella. Con qué sinvergonzonería me voy, ahora, yo, por mi cara bonita, a apropiar de esos términos que a poco son casi como de sus dominios. Suyos hasta la muerte. Y ni siquiera así. Ni aun ahora que ya eres finado, maestro, tendría este menda la desfachatez, la poca delicadeza de arrebatártelos. Y ahora quién va a narrar de esa manera tan tuya, tan sublime y creativa y con ese tu modo tan peculiar de novelar. Quién va a adoptar tu estilo. Qué autor me va a hacer volver la página para saborear cada estrambótico, rocambolesco y nuevo vocablo. Para adivinar dónde acaba la segunda persona y comienza la primera o viceversa. Dónde comienza la exclamación y acaba la interrogación. Por no hablar de la admiración. ¿Admiración? Admiración la que uno siente ante tamaño alarde de genialidad. Helo aquí, sin ir más lejos. Por más que intente uno imitarlo, no consigue acabar un texto sin un mísero signo de interrogación. Qué cómo lo hacía. Pues, departiendo estoy ahora mismo con él. Quizá me lo confie. Allá donde esté. En el Olimpo de los genios. Y ahora quién me va a hacer leer cómo un poseso o como un neurótico obsesivo-compulsivo hasta el punto y seguido siguiente (léase ésta con la oportuna entonación). Claro. Ahora lo entiendo. Para ti todo consistía en un punto y seguido. Siempre. Todo parte de una misma historia, del mismo déjà vu, del mismo cuento entrelazado del nunca acabar. Siempre punto y seguido. Nunca punto y aparte. Y menos punto y final. Del mismo tíovivo de la vida y la muerte. De la cadena trófica. De la ley de Lavoisier: “la energía ni se crea ni se destruye, se transforma.” Es por ello que “debajo de capa vieja habita la sapiencia.” Y es por eso que toda tu energía positiva (aunque algunos discrepen) y todo cuanto consejo me hiciste llegar a través del legado de tus libros, permanecerán por siempre jamás en mi recuerdo, en tu memoria. Pues, de algún modo, no es menos cierto que en mi habita buena parte de aquel Hombre duplicado. Soy uno más de Todos los nombres. Soy, en parte, un todo de ese poco, un poco de esa nada y de alguna manera, la resulta de El evangelio según Jesucristo. También me cegó El ensayo sobre la ceguera, hasta recobrar la tan primordial Lucidez. Y en cierta medida también me hice simpatizante, casi que flirteé, con aquella ingeniosa y mordaz guadaña de las Intermitencias de la muerte. Sí, amigo mío. Tu energía permanecerá por siempre en los Anales y entre las Fuerzas del Universo. Es por eso que este año hice el Camino Francés, desde Roncesvalles, comedida y respetuosamente, en silencio, escuchando las señales, porque creo a ciencia cierta en que esa tu ahora energía atávica también un día se manifestará a través de él. Como ya, con toda claridad, se manifestaron otras muchas genialidades sobre su senda y sobre los vestigios de dicha ruta románica y medieval. Por lo tanto. No me queda otra, maestro: volver a hacerme al Camino para escuchar de nuevo. Para impregnarme del bastión de toda tu sapiencia. Para oir el rumor de tu esencia. Pues, yo, como tú, tampoco “espero nada de la vida, por eso lo tengo todo.” Pues, yo, como tú, también creo a pie juntillas que “lo último que pierde un hombre no es la vida sino la dignidad.” Es por eso que con estas palabras ni persigo la fama ni el reconocimiento, ni tan siquiera promover o posicionar mi blog. Sino soltarlas a la brisa, al relente de la mañana, a ese espacio cósmico e infinitesimal, al silencio imperturbable donde, por siempre, susurrarán los genios.
Hasta siempre, José Saramago (1922-2010)

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