Memoria histórica es mucho más que eso...

viernes, 25 de junio de 2010

ADIÓS A MI MENTOR

Hoy lloro en silencio. No a lágrima viva. Pero sí desde la piedra angular del respeto. Desde la más sentida y profunda consternación. Como se llora a un padre, una madre o a un familiar cercano. A ese referente que, según tus toscas y exiguas entendederas, fue el modelo que más y mejores migas hizo con ese tu otro “yo” más genuino y primitivo. A ese amigo que te tendió la mano cuando más lo necesitabas. Lo cual resulta paradójico, y hasta un tanto atípico. E incluso, si me apuran un poco, hasta un punto descabellado. Sobre todo tratándose de alguien que, maldita mi suerte, no conocí en persona. Pero de alguien que sí se dejó querer, convidándome otrosí a adentrarme en lo más pudoroso y recóndito de su alma. De esa su auténtica esencia filantrópica. Cosa que hizo como nadie, a lo grande y como los grandes genios, a través de su excelsa obra. Y digo yo: ahora quién va a “ponderar” cómo él ponderaba. Porque sí. Para qué vamos a engañarnos. Se puede sopesar, calibrar, equiparar, medir, pesar, confrontar, calcular...Pero no señor, el prefería “ponderar.” Así, como suena. A la chita callando. Como ese niqui al que le cogiste apego porque sabes que te sienta macanudo. Como esa palabra que has hecho tuya a fuerza de usarla. Como ese guiño infalible, difícil de igualar, imitar siquiera, para seducir a una doncella. Con qué sinvergonzonería me voy, ahora, yo, por mi cara bonita, a apropiar de esos términos que a poco son casi como de sus dominios. Suyos hasta la muerte. Y ni siquiera así. Ni aun ahora que ya eres finado, maestro, tendría este menda la desfachatez, la poca delicadeza de arrebatártelos. Y ahora quién va a narrar de esa manera tan tuya, tan sublime y creativa y con ese tu modo tan peculiar de novelar. Quién va a adoptar tu estilo. Qué autor me va a hacer volver la página para saborear cada estrambótico, rocambolesco y nuevo vocablo. Para adivinar dónde acaba la segunda persona y comienza la primera o viceversa. Dónde comienza la exclamación y acaba la interrogación. Por no hablar de la admiración. ¿Admiración? Admiración la que uno siente ante tamaño alarde de genialidad. Helo aquí, sin ir más lejos. Por más que intente uno imitarlo, no consigue acabar un texto sin un mísero signo de interrogación. Qué cómo lo hacía. Pues, departiendo estoy ahora mismo con él. Quizá me lo confie. Allá donde esté. En el Olimpo de los genios. Y ahora quién me va a hacer leer cómo un poseso o como un neurótico obsesivo-compulsivo hasta el punto y seguido siguiente (léase ésta con la oportuna entonación). Claro. Ahora lo entiendo. Para ti todo consistía en un punto y seguido. Siempre. Todo parte de una misma historia, del mismo déjà vu, del mismo cuento entrelazado del nunca acabar. Siempre punto y seguido. Nunca punto y aparte. Y menos punto y final. Del mismo tíovivo de la vida y la muerte. De la cadena trófica. De la ley de Lavoisier: “la energía ni se crea ni se destruye, se transforma.” Es por ello que “debajo de capa vieja habita la sapiencia.” Y es por eso que toda tu energía positiva (aunque algunos discrepen) y todo cuanto consejo me hiciste llegar a través del legado de tus libros, permanecerán por siempre jamás en mi recuerdo, en tu memoria. Pues, de algún modo, no es menos cierto que en mi habita buena parte de aquel Hombre duplicado. Soy uno más de Todos los nombres. Soy, en parte, un todo de ese poco, un poco de esa nada y de alguna manera, la resulta de El evangelio según Jesucristo. También me cegó El ensayo sobre la ceguera, hasta recobrar la tan primordial Lucidez. Y en cierta medida también me hice simpatizante, casi que flirteé, con aquella ingeniosa y mordaz guadaña de las Intermitencias de la muerte. Sí, amigo mío. Tu energía permanecerá por siempre en los Anales y entre las Fuerzas del Universo. Es por eso que este año hice el Camino Francés, desde Roncesvalles, comedida y respetuosamente, en silencio, escuchando las señales, porque creo a ciencia cierta en que esa tu ahora energía atávica también un día se manifestará a través de él. Como ya, con toda claridad, se manifestaron otras muchas genialidades sobre su senda y sobre los vestigios de dicha ruta románica y medieval. Por lo tanto. No me queda otra, maestro: volver a hacerme al Camino para escuchar de nuevo. Para impregnarme del bastión de toda tu sapiencia. Para oir el rumor de tu esencia. Pues, yo, como tú, tampoco “espero nada de la vida, por eso lo tengo todo.” Pues, yo, como tú, también creo a pie juntillas que “lo último que pierde un hombre no es la vida sino la dignidad.” Es por eso que con estas palabras ni persigo la fama ni el reconocimiento, ni tan siquiera promover o posicionar mi blog. Sino soltarlas a la brisa, al relente de la mañana, a ese espacio cósmico e infinitesimal, al silencio imperturbable donde, por siempre, susurrarán los genios.
Hasta siempre, José Saramago (1922-2010)

viernes, 28 de mayo de 2010

Relato corto

DESDE EL INFRAMUNDO




- Sí sí, claro. Así está chupado – maldijo Adolfo mientras, sorprendido por aquella humillante andanada de golpes, era introducido en la celda a empellones – Así hasta yo soy muy macho. Otro gallo cantaría si nos viéramos tú y yo, a solas, cara a cara, en cualquier descampado y sin la inestimable ayuda de tus esbirros.

- ¿Porqué, eh? Insinuas, acaso, que aquí alguien te ha zurrado – vociferaba el gorilón de paisano a la vez que le propinaba otra serie de golpes, en el pecho y en aquellas partes del cuerpo donde no quedara señales ni secuelas visibles, en tanto otros dos agentes bien uniformados con sus armas reglamentarias asistían impasibles a lo que, en vivo y en directo, saltaba la vista, les resultaba más gratificante y ameno incluso que una función de teatro.

- Ya lo veo, ya. Sois todos muy machos. Pégame más fuerte. Anda, tipo duro. Pero dónde se note. Dónde el médico obtenga un buen indicio y crea conveniente hacerlo constar.

- Pues tócame otra vez los huevos, si te atreves. Si tienes eso que hay que tener: cojones. Y, qué conste, aquí nadie te ha pegado – dijo el musculitos de paisano, en tanto sus bien uniformados secuaces cerraban la celda de castigo. Por supuesto, ahora con otro inquilino.

Exhausto, aunque a tenor de las circunstancias no demasiado, Adolfo se puso en suéter. La verdad es que para su edad, los 54 años que luego confesaría tener, está bastante fórnido y bien podría haberle arreado, de haber correspondido a la agresión como dios manda, cuatro cachetones a aquel chulo putas que lo metió a hostias en la celda. Adolfo cogió la colchoneta, la manta y se tendió en la esquina. Ahí está, ovillado en una manta pestilente y nausebunda. Si es como la mía, rezumando podredumbre. Con ese olor repugnante, azulado y dulzón a meados rancios. En una celda que huele a carroña. Que ni siquiera se han molestado en rociar el suelo cochambroso con un poco de zotal para desinfectarlo, no ya de posibles parásitos, gérmenes y ladillas, sino de un seguro brote de disentería o tuberculosis o paludismo. Porque de hecho, sin ánimos de pronunciarme ni de hacer apología de la xenofobia, en las celdas contiguas acaban de ingresar a los desvaídos y exhalados integrantes de la última (o no sé) quizá la antepenúltima patera que arribó a la isla. Información que a uno le llega, a despecho de hallarnos aquí: incomunicados, aislados, mohínos y más solos y desangelados que la una, a traves de los ecos de unas voces tan débiles y mortecinas como las luces que languidecen entre los claroscuros de estas espeluznantes mazmorras.




Adolfo aún no se ha dirigido a mí. Está ausente, en su esquina, recuperando el tino y el compás de su extenuado equilibrio emocional. Se muestra un tanto desconfiado y ni siquiera se ha dignado mirarme. Soy un ser extraño, desconocido para él. Quizá ambos pensamos los mismo. ¿Será un criminal? ¿De qué coño le habrán acusado? ¿Qué delito habrá cometido para deparar en tan mala suerte? Aún no sé ni su nombre. Pero no tardaré en saberlo. Los caminos del señor son inescrutables. Quien nos lo iba a decir a ambos: que en aquel sitio, en aquel abominable tugurio con hedor a muerte, se iban a encontrar dos seres tan distantes pero a la vez tan unidos por la misma lepra; por el mismo cáncer que está carcomiendo, no sólo nuestros huesos, los suyos y los míos, sino a la cédula de esta irredimible sociedad.




-¿Crees que podría denunciarlo? - fueron sus primeras palabras, al cabo de un buen rato, mostrándome algunos hematomas.

- Tú verás.




- Qué valientes son – dijo- cuando además del poder que el propio Estado les confiere, se ceban con el dolor ajeno y con alguien indefenso.




- Encantado – dije tendiéndole la mano -. ¿Acaso te resististe?

- Para nada. Sólo quería avisar al trabajo y a mi chica por el móvil, pero ya sabes: cómo aquí abajo malamente hay cobertura, lo estrellé contra el suelo de la misma impotencia. De la misma rabia. Y todo por querer cumplir con mi hijo lo que por ley me corresponde. El régimen de visitas, ya sabes, y todo ese rollo macabeo. Porque la custodia, excepto algún que otro remoto e hipotético caso, siempre se la queda la madre.

- Y con ello lo que ya es de dominio; el chantaje, la moneda de cambio, el impuesto revolucionario. Me llamo Adolfo, por cierto, perdona. Encantado – dijo Adolfo estrechándome la mano también.

- Mal que bien – intenté minimizar nuestra desgracia –, aunque inútil al cabo, tuvieron la decencia o cuando no la poca verguenza de al menos ofrecerte un conato de llamada telefónica. Esa a la que en teoría tenemos derecho ¿no? Porque conmigo ni siquiera eso. Está claro que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el derecho al honor y a la intimidad personal, los derechos del detenido y todo ese patatín quedan de cojones sobre el papel. Pero...




- Dímelo a mí. Me presenté en esta Comisaría apelando a sus específicas funciones humanitarias, creyéndola al servicio del ciudadano y de la ley, del contribuyente y por lo tanto el gremio que en principio ha de disipar ciertas dudas, velar por y para hacer prevalecer mis derechos; teniéndola por ese inmejorable punto de encuentro donde recoger a mi hijo y al final, mira por dónde, donde vine a parar.

- Supuestamente porque tu ex no estaba por la labor.




- No tanto ella como su nuevo maromo, Guardia Civil, cuyas malévolas intenciones el señor se las acrecente y se las devuelva con la misma puta mala leche que él ha tenido conmigo, sobre todo cuando sea padre y cuando luzca su bonito tricornio como cornamenta.




- No fastidies.




- Cómo lo oyes. Vaya si se presentaron. Los dos. Y antes de que a mí se me pasara por la cabeza, vamos, ni remotamente, emprender tangana o trifulca alguna, arremetieron contra mí como verdaderos salvajes. Yo lo único que hice fue capear el temporal y la lluvia de golpes que ambos me propinaban.




-Pero bueno. Ella mujer y él Guardia Civil...estamos apañados. Desde luego que no te iban a dar la razón. Aunque, por ley, al nene sí le correspondía estar contigo. ¿Cierto?

- Y tanto. Si hasta tenemos un acuerdo mutuo, pasado por los juzgados. Pero ya sabes. Cuando das con este prototipo de gentuza, nausebunda, vulgar y barriobajera que sólo atienden a su egoísmo personal, maldito lo que les importa salvaguardar, ya no mis derechos o los tuyos, sino el sacro derecho que un niño tiene a vivir una vida plena y una infancia medianamente digna y saludable.




- Ahí sí que ha dado usted en la tecla, maese Adolfo.

- Bueno, pero tampoco me trates de usted. Al fin y al cabo, quienquita que sólo sea por esta noche, vamos a estar bien juntitos aquí encerrados.




- Lamentablemente así lo creo. Ojalá mañana, también juntitos, estemos tomando café y leyendo la prensa en la cafetería que hay enfrente a los juzgados. A propósito de la prensa, recuérdame que luego te haga un comentario. De todas formas, a pesar de nuestras respectivas funestas circunstancias, algo me hace regurgitar aquello de que “no hay mal que por bien no venga.” No. Lo digo por eso mismo. Por aquello de tu agradable compañía y toda esa mojiganga. Por lo que a mí respecta, cada vez estoy más convencido de que, no importa el sitio inmundo donde estés, siempre encontrarás a alguien de una calidad humana excelente.




Fue entoces, supongo que alrededor de la media noche, cuando el señor agente que hacía las veces de carcelero nos preguntó si preferíamos la luz apagada o encendida.




- Encendida, un rato más, por favor, señor agente – le dijimos.




Y fue entoces también cuando me apercibí de que a Adolfo le corría dos silenciosos lagrimones por sus mejillas.




- No te preocupes – le tranquilicé -. No te dé ningún tipo de pudor que yo te vea llorar. No en vano, yo mismo acabo de hacerlo un poco antes de que tú entraras en escena e ingresaras en el plantel de este circo romano, y las más de las veces mediático. Solo que a solas. Conmigo mismo. Te aseguro que hasta nuestros más inmediatos cohabitantes, si los hubiere, tuvieron que escuchar los ecos de mis hipidos.

-¿Qué insiabas, antes, sobre la prensa?




- ¡Ah sí! Gracias por recordármelo. Que, precisamente, quería consultar en la prensa la esquela de mi madre. La enterré ayer ¿sabes? O antier. Bueno, ya no sé ni cuando fue. Vivo en Vigo ¿sabes ? Y vine por tres días para enterrarla. De ahí el porqué de beberme las lágrimas como chorros, antes de que tú entraras en escena. Es, bueno era, una buena mujer ¿sabes? Su cuerpo aún ha de estar caliente. Acabo de ver como la sellaban en un nicho de cemento. Es curioso lo eficiente que resulta el albañil con la paleta, aun trabajando bajo la presión de tantos espectadores compungidos. A punto estuve de profanar el silencio. Casi se me escapa un grito desgarrador: “Eh. Qué esa es mi madre. Déjale, al menos, un hueco para que respire. Déjale, si eso, los pies al aire. Qué ella siempre respiró por los pies.” De ahí que antes me bebiera las lágrimas como chorros. Ya no tanto porque el cuerpo de mi madre, aún caliente, esté tapiado en un recoveco de cemento y hormigón por donde le es prácticamente imposible orearse los pies, sino por la similitud de mi (nuestra) situación. Solo que, en mi caso, no sé el tuyo, aún tengo la puta mala suerte de respirar. Por cierto, si te apetece ese bocata, no te cortes. Lo puedes comer. Aunque, en ese sentido, en grosso modo, seguro que te me pareces: “mejor morir de pie que vivir arrodillado ¿no?”




- Sí que es fuerte lo que me cuentas.




- A qué sí. A que parece un guión de película. Pero no. Es real como la vida misma. La historia de mi vida. A propósito, no tomes de esa agua. Porque no es agua. Bueno, fue agua antes. Pero luego usé la botella vacía para mear dentro.




- No te preocupes. Si me dosifico puedo llegar bien a la mañana.




- Ya veo que tienes, además de los nervios de acero, bastante aguante. Por lo demás, Adolfo, no te preocupes. Tú por exceso y yo por defecto, al cabo siempre vamos a pagar los platos rotos. O comernos el marrrón, cómo suele decirse. Tú porque estás muy cerca, en territorio hostil y pisando sobre el mismo campo minado, yo porque en su día decidí poner tierra de por medio, al cabo es la misma vaina. Tú porque tienes dinero, pasas la pensión y yo porque estoy sin blanca y no tengo ni donde caerme muerto, aquí nos vemos agraciados con la suerte del mismo rasero.




- Y que lo digas. Fíjate que ahondando y recapacitando al respecto, a veces pienso que es mejor quedarse sin trabajo. No me extraña. Así estamos a la cola del paro y de Europa. Casi a la altura de Grecia. Si no somos nadie. Sólo carne de cañón.

- Del pico de la lengua me lo acabas de quitar. Esto ya se ha convertido en un mercadeo barato, cuando no en un circo mediático. Si sólo se tratara de las infracciones de tráfico, y el cupo mínimo que a cada agente se le exige rellenar a destajo por cada una de sus cicateras jornada laborales, hasta es comprensible en cieto modo. Pero lo demás ya pasa de castaño oscuro. Vaya a ser que también anden tras un cupo mínimo de maltratadores que, forzosamente, tengan que rellenar los calabozos de cualquier Comisaría Inmunda y agotar el plazo máximo de las 72 horas que contempla la ley a tal efecto.




- No te extrañe.

- Para nada.




- Por esa regla de tres, Adolfo, mi amigo del alma, y siguiendo aquella premisa de Groucho Marx: si “inteligencia militar son términos contradictorios”, bien podríamos decantarnos, perfectamente además, por aseverar que Orden de Alejamiento y Busca y Captura no lo son menos. Heme aquí, sin ir más lejos.




- En fin. Adónde iremos a parar.

- Eso. Dónde iremos a parar.


- Intentemos dormir un rato. Mañana será otro día.


- Eso. Mañana será otro día.





ENTORNO A LO CUAL SE ARGUYÓ LA “MUY ESTEREOTIPADA DEFENSA”

La verdad, sus señorías, ha sido tal cantidad de veces las que aquí me vi, en esta inextricable encrucijada, ante el estrado sí pero siempre en calidad de imputado, tantas tantas las veces que evoqué éste y tantos otros procedimientos reales o simplemente ilusorios, que de veras pienso a menudo que nací para este suplicio, ineludiblemente. Eso sí: nunca nunca como demandante o acusador. Siempre siempre en calidad de acusado. Pero créanme, sus señorías, si les digo que soy yo la única víctima y no el delincuente. Créanme, sus señorías, si les digo que no ha pasado un intersticio, periquete, hora, un minuto desquiciador y desapacible de la noche para el día, en que éste y otros muchos procesos (rápidos y ordinarios, trascendentales o más o menos peor esgrimidos) no se hayan celebradado ya en lo más recóndido, en lo más intrínsico de todo mis ser filantrópico, de todo mi ser probo, afable y por lo general íntegro. Pasa que soy yo la única víctima, que no un vulgar sablista, de este politiqueo de hojalata. De unos gobernantes sin escrúpulos, faltos de integridad, del decoro y de los más mínimos principios éticos y morales para con el respeto, la consideración y el sufrimiento ajenos. De un aparato del estado autárquico, cuasi dictador y cambalachero, para con el sufrimiento de un padre que un día se alejó, puso tierra de por medio, porque una y otra vez una ley denigrante, avasalladora, absurda de otro presunto caso de violencia de género (sexista sí pero en este caso en detrimento de mi persona y dignidad) así lo exigía, empeñándose una y otra vez el referido aparato del estado en darle una tiza a un tonto; un lápiz; un rotulador, ese que deja una mancha indeleble, a un mono o quizá debiera decir a la mona de mi expareja. Al homínido descerebrado de la madre de mis hijos, por llamarlo de algún modo. De un padrazo, sin duda, créanme, este humilde servidor de ustedes, que con todo el dolor del mundo se apartó un día de sus hijos, puso pies en polvorosa, tierra de por medio porque creyó que así crecerían más saludables, más racionales. Sin el veneno progresivo y letal de las continuas barriobajeras mil y una discordias y desavenencias, que bien actúan sobre la psique sobre todo en la infancia. Un rotulador con el que podía rayarlo todo, todo todo impunemente bajo la mascarada de la supermadre coraje y modelo, bajo el amparo y protección de una ley revolucionaria (¡la repera, la quinta esencia, la reoca!), empírea y vanguardista que la protege y que además la incita a denunciar a todo aquello que se menee. Así sea a base engañabobos, de palos de ciego. Pero una denuncia, en definitiva, legítima y bien instruida por todos los agentes involucrados que bien pronto se encargan de ningunear, avasallar, vituperar y hasta vilipendiar la presunta encomiable reputación del detenido, injustamente, desde el momento mismo en que se activa el engranaje, el mecanismo, este artefacto de relojería que no tiene solución, marcha atrás ni cabida en el tiempo. Sí, sus señorías, he sido detenido, preso, incomunicado en una celda de castigo. Pero con el aliento de una gran mujer, que a las puertas de la comisaría esperaba se me pusiera en libertad, pues nadie más que ella ha sufrido tal denigración, pues nadie más que ella es el exponente de una mujer noble, comprensiva, inteligente, sensible...Una mujer que un día me sacó de la casi misantropía, de la casi misoginia cuanto más me resquemaba el sarpullido y cuando menos confiaba en los simples argumentos, sus virtudes inherentes, de la auténtica feminidad; cuando mi vida se desmoronaba el mitad del abismo. Sí, sus señorías, estuve preso, en una celda de castigo de una inmunda Comisaría, y fue el 16 de febrero del 2010, un día después de que enterrara a mi madre, después de estar tres noches sin apenas dormir, tras ser detenido de manera extraoficial, poco o nada ortodoxa, por dos agentes de paisano. Y tan cierto era que uno no estaba en búsqueda y captura, como en principio alegaron tales esbirrros, como que este servidor de ustedes no estaba en paradero desconocido, sino que intentaba, de algún modo, rehacer su vida sin toda esta tropelía. Lo cual no era fácil. Porque cuando no era Juana era la hermana o era que me reclamaban los juzgados de tal y cual instancia e instrucción, cuando precisamente tuve una vez en mis manos una suerte de orden de alejamiento. Sí, sus señorías, fui yo, aquel día, la noche en que dormí en aquellos infernales calabozos infectos de cochambre y olor a meados rancios, quien les hizo saber a los policías en prácticas que me tomaban declaración, huellas dactilares, foto antropométrica, que este humilde servidor así y todo sigue siendo un adicto a la bendita literatura, y que si bien Grouxo Mark no estuvo directamente vinculado a aquélla sí que pronunció este, ahora y en la hora, ya casi aforismo: “inteligencia militar son términos contradictorios.” A lo cual este humilde servidor de ustedes está completamente de acuerdo, y además se atreve a decir que Orden de Alejamiento y Busqueda y Captura también lo son. Y sí, sus señorías, especialmente a usted señor fiscal, a quien definitivamente parecer ser que interesa esta causa matusalénica y así y todo reabrir una herida que apenas ha cicatrizado; si la cuestión es saber si quiero a mis hijos, yo le diría que hasta la muerte, y si a su señoría, al señor fiscal sobremanera, la cuestión que gusta de saber es la razón por la cual este íntegro servidor no se ha personado en ultimidad a las innumerables reincidentes citaciones, quizá la respuesta sea de fácil dedución, teniendo en cuenta los hechos y si nos remitimos a la cantidad de ocasiones en que este vuestro humilde servidor de ustedes tuvo sí que acudir sí o sí para preservar su inocencia. Cuando quizá de una vez por todas debieran ustedes fusilarme, cortarme la cabeza, sentenciarme a cadena perpetua, por haberme distanciado de mis hijos, para intentar proporcionarles el consuelo de una infancia digna. Créanme sus señorías que sé lo que me digo. Mírenme a los ojos, especialmente usted, señor fiscal, y dígame que no sabe de lo que estoy hablando.
Porque una cosa sí es impepinable: por de pronto no sé si aspiro a ser conservador, urbanita o asceta, liberal, moro o cristiano, Neandertal u Homo sapiens, chauvinista o euroescéptico, cavernícola o troglodita, empleado o empresario, retrógrado o vanguardista, omnívoro o vegetariano, petulante o diletante, nihilista o anarquista, autárquico, ególatra o egocéntrico, desencantado o escéptico, irónico o cínico, etcétera etcétera, pero sí que quiero a mis hijos; y, créanme, ni qué decir tiene, nunca fui un criminal, un soberano maleante para merecer tal ultraje. Salvo que deseen, sus excelentísimas señorías, más castigo para mí. Más del que ya he recibido; todo un mundo inefable sin el contacto, esta pena, este deliquio, sin el aliciente mitigatorio y reparador de mis pequeños del alma.  








viernes, 23 de abril de 2010

Solidario sí... pero no un soplagaitas.

Cuando ya el delirio de aquellas desquiciadoras curvas femeninas, aquellos senos prominentes, prietos como puños, y el pertinente sofoco de aquel culo respingón, dejaron de interferir sobremanera en la fragilidad de nuestros sueños pueriles, cuando ya, bien entrados los cuarenta, la arrebatadora y alucinógena estampa de aquel portento de mujer, cuanto menos, dejó de profanarnos el sueño en mitad de la noche y el diablo (del que dicen: sabe más por viejo que por diablo) ya no te tienta tan despiadadamente como antaño lo hacía, viene a irrumpir otro demontre, otro ángel malo, otro emisario del demonio en forma de irónico payaso.

Tengo un primo que le ocurrió algo parecido: recién acaba de salir (casi no lo cuenta) de la chochera a la que lo sometió, como un extraño maleficio, su última hembra tempestuosa y exuberante. Está ahora recién salido de aquella larga y fatídica convalecencia. Mi primo es un guanajo, un tipo cojonudo. Me contó ayer que en los últimos días le vuelve a costar conciliar el sueño. Pero esta vez por otra cuestión menos traumática: el azar le envió otro emisario del diablo. Me dice que al dar su paseo matinal, en la esquina Urzaiz con Gran Vía, justo junto al semáforo, encontró, sin am@ alguno, botada, desangelada, más sola que la una, una cartera que portaba un mogollón de documentos así como aproximadamente 15000 de las hoy entrañables antiguas pelas. Mi primo intentó parar sin éxito (incluso llegó a silbarle)a cierta patrulla de policía que hacía como que patrullaba, desde luego como mandan los cánones para el buen desarrollo del ejercicio policial. Creyó entonces mi primo optar por la solución más ecuánime. Y mientras se dirigía en busca de la dependencia policial más cercana, pensó, le dio tiempo a pensar, a pensar mucho. Le ardía a mi primo la cartera en el bolsillo. Se sentía extraño, como un delincuente. No era para menos: encima llevaba una cartera repleta de documentos ajenos, estibada de tarjetas crediticias. Pensó por el camino mucho mi primo: el pensamiento, a una velocidad de vértigo le estuvo andando la Ceca y la Meca. ¿Se quedaría la recompensa del dinero y devolvería el resto? ¿La devolvería íntegra? Acaso no se lo quedaría el agente o los agentes destinados, en ese preciso momento, a tal contingencia. Respecto de aquel parlatorio, de aquella especie de soliloquio al que de pronto se vio avocado, por supuesto, sobre decir que se refería mi primo al efectivo, al dinero contante y sonante. Buena gente sí, concluyó éste, pero no gilipollas.

Desde entonces no duerme mi primo, no pega ojo, se impacienta y se desvela otra vez, como hará de esto un par de meses atrás, de nuevo lo importuna la carcoma de su sórdida y remordida conciencia, como cuando lo dejó aquella jodida pelandusca.

Si hay, por favor, alguien ahí: quien quiera que sea, quienquita, aunque sea alguien venido del más allá, aunque sea la tentativa de otro emisario venido del inframundo, algún demontre capaz de aclararle si estuvo bien o estuvo mal lo que hizo, que lo manifieste abiertamente en esta sección. ¿Fue acaso menos labor altruista por haberse quedado el efectivo? Qué se lo pregunten, si acaso, a quién perdió la cartera. De tal fulan@ en cuestión depende la condena o absolución final de mi primo y su recién maltrecha conciencia.

miércoles, 14 de abril de 2010

Cuando por primera vez solté al espacio sideral el contenido de este pequeño y comprometedor relato, más, como bien reza en la subsiguiente aclaración, por prescripción facultativa o como descarga emocional, que por conseguir encumbrarme en el abigarrado olimpo de personajillos afanados, lo hice a hurtadillas y en cierto modo consciente de que me aventuraba en un universo totalmente desconocido para mí. Se lo envié a un tal foro literario, de cuyo nombre no consigo acordarme, desde donde me remitieron un correo electrónico preguntándome que qué había pensado yo hacer con aquella bomba de relojería, y que cómo debían ellos proceder del modo más satisfactorio para mi. Y ni corto ni perezoso les envié lo siguiente: "Precisamente hoy llegué a la conclusión de que la prosa es a la súplica, lo que la poesía es al lamento. Tal vez por ello ese texto tenga una ligera connotación cadenciosa, algo así como una especie de prosa rítmica. ¿Será su contenido ese lamento? ¿Ese grito desgarrador que retumba desde ahí? ¿Desde el inframundo? Será...No sé. Sea lo que fuere, me gustaría que se colocara en un sitio visible. Donde el usuario tenga fácil acceso a él y se haga eco de las proporciones de esta lacra social. Así sea porque, sin comerlo ni beberlo, a la vuelta de la esquina, lo aguarde a él o a usted la misma penitencia, el mismo mercadeo de estraperlo, el mismo fenómeno vomitivo y nausebundo, la misma situación ignominiosa...Así sea porque, en el intento, el libre ejercicio de nuestras libertades (la de los hombres sobremanera) estén sufriendo un paulatino y contante deterioro. En algún sitio visible (dentro de los amantes a la literatura, por ejemplo) donde el usuario pueda tomar conciencia sobre los derechos que, día sí día también, nos usurpan ante nuestras propias narices. En cualquier vericueto, blog o zona telarañosa del espacio interestelar, que al cuidadano de a pie le sirva de provecho y lo haga, si cabe, más libre todavía. Y nadie se le escapa (con la iglesia hemos topado, como se decía antiguamente) y ustedes no podían ser menos que nadie, por supuesto, que éste, por escelencia, es el medio de las libertades y de las comunicaciones. Así pues, si mi anónimo confidente y amigo del alma así lo estima conveniente, coloque el texto como mejor le venga en ganas. A mí ya me sirvió como descarga emocional. Y los periódicos, como ya usted sabe, no están por la labor de allanarle el terreno al ciudadano de a pie, tanto como lo hace con las grandes firmas, franquicias e instituciones. Sí le pido, si no es mucha molestia, que me remita la dirección exacta del blog donde lo publica, en caso de que lo crea oportuno.
Tampoco me importaría que incluyera usted este texto."
Un cordial saludo: RAMON DEL PINO ALEMAN ALEMAN

viernes, 12 de marzo de 2010

DESDE EL INFRAMUNDO

DESDE EL INFRAMUNDO


- Sí sí, claro. Así está chupado – maldijo Adolfo mientras, sorprendido por aquella humillante andanada de golpes, era introducido en la celda a empellones – Así hasta yo soy muy macho. Otro gallo cantaría si nos vieramos tú y yo, a solas, cara a cara, en cualquier descampado y sin la inestimable ayuda de tus esbirros.

- ¿Porqué, eh? Insinuas, acaso, que aquí alguien te ha zurrado – vociferaba el gorilón de paisano a la vez que le propinaba otra serie de golpes, en el pecho y en aquellas partes del cuerpo donde no quedara señales ni secuelas visibles, en tanto otros dos agentes bien uniformados con sus armas reglamentarias asistían impasibles a lo que, en vivo y en directo, saltaba la vista, les resultaba más gratificante y ameno incluso que una función de teatro.

- Ya lo veo, ya. Sois todos muy machos. Pégame más fuerte. Anda, tipo duro. Pero dónde se note. Dónde el médico obtenga un buen indicio y crea conveniente hacerlo constar.

- Pues tócame otra vez los huevos, si te atreves. Si tienes eso que hay que tener: cojones. Y, qué conste, aquí nadie te ha pegado – dijo el musculitos de paisano, en tanto sus bien uniformados secuaces cerraban la celda de castigo. Por supuesto, ahora con otro inquilino.

Exhausto, aunque a tenor de las circunstancias no demasiado, Adolfo se puso en suéter. La verdad es que para su edad, los 54 años que luego confesaría tener, está bastante fórnido y bien podría haberle arreado, de haber correspondido a la agresión como dios manda, cuatro cachetones a aquel chulo putas que lo metió a hostias en la celda. Adolfo cogió la colchoneta, la manta y se tendió en la esquina. Ahí está, ovillado en una manta pestilente y nausebunda. Si es como la mía, rezumando podredumbre. Con ese olor repugnante, azulado y dulzón a meados rancios. En una celda que huele a carroña. Que ni siquiera se han molestado en rociar el suelo cochambroso con un poco de zotal para desinfectarlo, no ya de posibles parásitos, gérmenes y ladillas, sino de un seguro brote de disentería o tuberculosis o paludismo. Porque de hecho, sin ánimos de pronunciarme ni de hacer apología de la xenofobia, en las celdas contiguas acaban de ingresar a los desvaídos y exhalados integrantes de la última (o no sé) quizá la antepenúltima patera que arribó a la isla. Información que a uno le llega, a despecho de hallarnos aquí: incomunicados, aislados, mohínos y más solos y desangelados que la una, a traves de los ecos de unas voces tan débiles y mortecinas como las luces que languidecen entre los claroscuros de estas espeluznantes mazmorras.


Adolfo aún no se ha dirigido a mí. Está ausente, en su esquina, recuperando el tino y el compás de su extenuado equilibrio emocional. Se muestra un tanto desconfiado y ni siquiera se ha dignado mirarme. Soy un ser extraño, desconocido para él. Quizá ambos pensamos los mismo. ¿Será un criminal? ¿De qué coño le habrán acusado? ¿Qué delito habrá cometido para deparar en tan mala suerte? Aún no sé ni su nombre. Pero no tardaré en saberlo. Los caminos del señor son inescrutables. Quien nos lo iba a decir a ambos: que en aquel sitio, en aquel abominable tugurio con hedor a muerte, se iban a encontrar dos seres tan distantes pero a la vez tan unidos por la misma lepra; por el mismo cáncer que está carcomiendo, no sólo nuestros huesos, los suyos y los míos, sino a la cédula de esta irredimible sociedad.


-¿Crees que podría denunciarlo? - fueron sus primeras palabras, al cabo de un buen rato, mostrándome algunos hematomas.

- Tú verás.


- Qué valientes son – dijo- cuando además del poder que el propio Estado les confiere, se ceban con el dolor ajeno y con alguien indefenso.


- Encantado – dije tendiéndole la mano -. ¿Acaso te resististe?

- Para nada. Sólo quería avisar al trabajo y a mi chica por el móvil, pero ya sabes: cómo aquí abajo malamente hay cobertura, lo estrellé contra el suelo de la misma impotencia. De la misma rabia. Y todo por querer cumplir con mi hijo lo que por ley me corresponde. El régimen de visitas, ya sabes, y todo ese rollo macabeo. Porque la custodia, excepto algún que otro remoto e hipotético caso, siempre se la queda la madre.

Y con ello lo que ya es de dominio; el chantaje, la moneda de cambio, el impuesto revolucionario. Me llamo Adolfo, por cierto, perdona. Encantado – dijo Adolfo estrechándome la mano también.

- Mal que bien – intenté minimizar nuestra desgracia –, aunque inútil al cabo, tuvieron la decencia o cuando no la poca verguenza de al menos ofrecerte un conato de llamada telefónica. Esa a la que en teoría tenemos derecho ¿no? Porque conmigo ni siquiera eso. Está claro que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el derecho al honor y a la intimidad personal, los derechos del detenido y todo ese patatín quedan de cojones sobre el papel. Pero...


- Dímelo a mí. Me presenté en esta Comisaría apelando a sus específicas funciones humanitarias, creyéndola al servicio del ciudadano y de la ley, del contribuyente y por lo tanto el gremio que en principio ha de disipar ciertas dudas, velar por y para hacer prevalecer mis derechos; teniéndola por ese inmejorable punto de encuentro donde recoger a mi hijo y al final, mira por dónde, donde vine a parar.

- Supuestamente porque tu ex no estaba por la labor.


- No tanto ella como su nuevo maromo, Guardia Civil, cuyas malévolas intenciones el señor se las acrecente y se las devuelva con la misma puta mala leche que él ha tenido conmigo, sobre todo cuando sea padre y cuando luzca su bonito tricornio como cornamenta.


- No fastidies.


- Cómo lo oyes. Vaya si se presentaron. Los dos. Y antes de que a mí se me pasara por la cabeza, vamos, ni remotamente, emprender tangana o trifulca alguna, arremetieron contra mí como verdaderos salvajes. Yo lo único que hice fue capear el temporal y la lluvia de golpes que ambos me propinaban.


-Pero bueno. Ella mujer y él Guardia Civil...estamos apañados. Desde luego que no te iban a dar la razón. Aunque, por ley, al nene sí le correspondía estar contigo. ¿Cierto?

- Y tanto. Si hasta tenemos un acuerdo mutuo, pasado por los juzgados. Pero ya sabes. Cuando das con este prototipo de gentuza, nausebunda, vulgar y barriobajera que sólo atienden a su egoísmo personal, maldito lo que les importa salvaguardar, ya no mis derechos o los tuyos, sino el sacro derecho que un niño tiene a vivir una vida plena y una infancia medianamente digna y saludable.


- Ahí sí que ha dado usted en la tecla, maese Adolfo.

- Bueno, pero tampoco me trates de usted. Al fin y al cabo, quienquita que sólo sea por esta noche, vamos a estar bien juntitos aquí encerrados.


- Lamentablemente así lo creo. Ojalá mañana, también juntitos, estemos tomando café y leyendo la prensa en la cafetería que hay enfrente a los juzgados. A propósito de la prensa, recuérdame que luego te haga un comentario. De todas formas, a pesar de nuestras respectivas funestas circunstancias, algo me hace regurgitar aquello de que “no hay mal que por bien no venga.” No. Lo digo por eso mismo. Por aquello de tu agradable compañía y toda esa mojiganga. Por lo que a mí respecta, cada vez estoy más convencido de que, no importa el sitio inmundo donde estés, siempre encontrarás a alguien de una calidad humana excelente.


Fue entoces, supongo que alrededor de la media noche, cuando el señor agente que hacía las veces de carcelero nos preguntó si preferíamos la luz apagada o encendida.


- Encendida, un rato más, por favor, señor agente – le dijimos.


Y fue entoces también cuando me apercibí de que a Adolfo le corría dos silenciosos lagrimones por sus mejillas.


- No te preocupes – le tranquilicé -. No te dé ningún tipo de pudor que yo te vea llorar. No en vano, yo mismo acabo de hacerlo un poco antes de que tú entraras en escena e ingresaras en el plantel de este circo romano, y las más de las veces mediático. Solo que a solas. Conmigo mismo. Te aseguro que hasta nuestros más inmediatos cohabitantes, si los hubiere, tuvieron que escuchar los ecos de mis hipidos.

-¿Qué insiabas, antes, sobre la prensa?


- ¡Ah sí! Gracias por recordármelo. Que, precisamente, quería consultar en la prensa la esquela de mi madre. La enterré ayer ¿sabes? O antier. Bueno, ya no sé ni cuando fue. Vivo en Vigo ¿sabes ? Y vine por tres días para enterrarla. De ahí el porqué de beberme las lágrimas como chorros, antes de que tú entraras en escena. Es, bueno era, una buena mujer ¿sabes? Su cuerpo aún ha de estar caliente. Acabo de ver como la sellaban en un nicho de cemento. Es curioso lo eficiente que resulta el albañil con la paleta, aun trabajando bajo la presión de tantos espectadores compungidos. A punto estuve de profanar el silencio. Casi se me escapa un grito desgarrador: “Eh. Qué esa es mi madre. Déjale, al menos, un hueco para que respire. Déjale, si eso, los pies al aire. Qué ella siempre respiró por los pies.” De ahí que antes me bebiera las lágrimas como chorros. Ya no tanto porque el cuerpo de mi madre, aún caliente, esté tapiado en un recoveco de cemento y hormigón por donde le es prácticamente imposible orearse los pies, sino por la similitud de mi (nuestra) situación. Solo que, en mi caso, no sé el tuyo, aún tengo la puta mala suerte de respirar. Por cierto, si te apetece ese bocata, no te cortes. Lo puedes comer. Aunque, en ese sentido, en grosso modo, seguro que te me pareces: “mejor morir de pie que vivir arrodillado ¿no?”


- Sí que es fuerte lo que me cuentas.


- A qué sí. A que parece un guión de película. Pero no. Es real como la vida misma. La historia de mi vida. A propósito, no tomes de esa agua. Porque no es agua. Bueno, fue agua antes. Pero luego usé la botella vacía para mear dentro.


- No te preocupes. Si me dosifico puedo llegar bien a la mañana.


- Ya veo que tienes, además de los nervios de acero, bastante aguante. Por lo demás, Adolfo, no te preocupes. Tú por exceso y yo por defecto, al cabo siempre vamos a pagar los platos rotos. O comernos el marrrón, cómo suele decirse. Tú porque estás muy cerca, en territorio hostil y pisando sobre el mismo campo minado, yo porque en su día decidí poner tierra de por medio, al cabo es la misma vaina. Tú porque tienes dinero, pasas la pensión y yo porque estoy sin blanca y no tengo ni donde caerme muerto, aquí nos vemos agraciados con la suerte del mismo rasero.


- Y que lo digas. Fíjate que ahondando y recapacitando al respecto, a veces pienso que es mejor quedarse sin trabajo. No me extraña. Así estamos a la cola del paro y de Europa. Casi a la altura de Grecia. Si no somos nadie. Sólo carne de cañón.

- Del pico de la lengua me lo acabas de quitar. Esto ya se ha convertido en un mercadeo barato, cuando no en un circo mediático. Si sólo se tratara de las infracciones de tráfico, y el cupo mínimo que a cada agente se le exige rellenar a destajo por cada una de sus cicateras jornada laborales, hasta es comprensible en cieto modo. Pero lo demás ya pasa de castaño oscuro. Vaya a ser que también anden tras un cupo mínimo de maltratadores que, forzosamente, tengan que rellenar los calabozos de cualquier Comisaría Inmunda y agotar el plazo máximo de de las 72 horas que contempla la ley a tal efecto.


- No te extrañe.

- Para nada.


- Por esa regla de tres, Adolfo, mi amigo del alma, y siguiendo aquella premisa de Groucho Marx: si “inteligencia militar son términos contradictorios”, bien podríamos decantarnos, perfectamente además, por aseverar que Orden de Alejamiento y Busca y Captura no lo son menos. Heme aquí, sin ir más lejos.


- En fin. Adónde iremos a parar.

- Eso. Dónde iremos a parar.


- Intentemos dormir un rato. Mañana será otro día.


- Eso. Mañana será otro día.